Mientras otros cumplen con rigor un tanto burocrático las tareas intelectuales en que se hallan empeñados y luego, al término del cotidiano deber, buscan descanso en el cinematógrafo, en la tertulia o en la novela trivial, Borges mantiene activo el espíritu en todas las circunstancias. Prolonga en el plano del diálogo ameno las operaciones mentales que lo llevaron a escribir un poema o a examinar los méritos de un libro. No es dable señalar distingos entre su quehacer literario y el tono general de su vida.
Carlos Mastronardi, Borges, Buenos Aires, 2007, p. 41