La concepción más divulgada en la actualidad presenta la vida política como una lucha entre facciones contrarias, en la que únicamente hay lugar para los juegos estratégicos y los cálculos en torno a pérdidas y ganancias. […] A ello se ha sumado en la última década una presión incontenible del capital financiero internacional que por la vía de la ampliación o de la restricción del crédito público somete a los poderes elegidos democráticamente a un Diktat, tanto más efectivo cuanto más impersonal y neutro sea su maquillaje. De este modo se ha producido una extraordinaria confluencia de tradiciones provenientes de polos opuestos en el comienzo del siglo XX, que hoy festejan su connubio en un clima de fervor casi dionisiaco. En efecto, tanto el autoritarismo de origen nietzscheano, el postmarxismo y el postestructuralismo, por un lado, como el nuevo libertarismo, de procedencia básicamente anglosajona y austriaca, por el otro, han coincidido en sostener una misma concepción tanto en la teoría como en los hechos, según la cual los derechos auoproclamados de libertad individual sin control por parte del Estado están por encima de cualquier regulación jurídica o moral.
Osvaldo Guariglia, Una ética para el siglo XXI, México, 2001, pp. 140-141