[A]l socialista le preocupa restablecer la defensa de igualdad que el liberal parece abandonar con la proclamación de principios políticos (fundamentales), tales como el de “un hombre, un voto”. El socialista se toma en serio la igual capacidad de influencia. Por contra, el liberal se despreocupa del hecho de que en la esfera económica esa iguale pueda resultar desvirtuada. En el mercado, no se olvide, sólo se reconocen las necesidades de quienes tienen recursos para “expresar” sus demandas. Todos pueden desear una educación excelente o una protección jurídica fiable, pero sólo los que tienen recursos pueden “expresar” esos deseos. Desde otra perspectiva, eso es lo mismo que reconocer que unos (que siempre son pocos) tienen mucha más capacidad de decisión que otros acerca qué es lo que se demanda. Si hay unos cuantos que están en condiciones de comprar coches de lujo o de pagar por una medicina cara (sofisticada tecnología para enfermedades propias de edades avanzadas, cirugía plástica), serán esos “bienes” los que se alentarán, aun si con los mismos recursos cabría mejorar la esperanza de vida de muchos otros que, por supuesto, tienen demandas pero no el idioma (dinero) con el que expresarlas. […] Una defensa consistente de la igualdad, podríamos añadir, requiere que no se abandone dicho ideal a mitad de camino: requiere extender el principio que hay detrás de la fórmula “un hombre, un voto” desde el campo político al económico, tanto como requiere resistir las acciones que puedan minar tal principio (desde restricciones a la participación política de algún sector de la población hasta medidas que, más directa o indirectamente, favorezcan la concentración del poder económico en pocas manos).
Roberto Gargarella & Félix Ovejero, ‘Introducción: el socialismo, todavía’, in Razones para el socialismo, Barcelona, 2001, pp. 53-54