Las rebeliones estudiantiles de la década de 1960, en particular el mayo parisién de 1968, habían sido apropiadas por la inexactitud posmoderna. Un paredón blanco en la Universidad de Fráncfort amaneció pintado con la leyenda Lernen macht dumm: “Estudiar atonta”.
En algunos lugares, los bárbaros fueron más lejos: en Buenos Aires defenestraron el microscopio electrónico de Eduardo De Robertis; en Montreal montaron una gran manifestación que exigió la francización de la McGill y al año siguiente incendiaron el centro de cálculo de la Sir George Williams University. Ni en Berkeley, ni en París o Montreal exigieron mejoras académicas, por ejemplo, de los estudios sociales. Se proponían hacer ruido, no luz.
Mario Bunge, Memorias entre dos mundos, Barcelona, 2014, p. 204