[Una] forma tentadora de confrontar las restricciones propias de la escasez es apelar al hecho de que el Gobierno es ineficiente, corrupto, o ambas cosas. […] La idea sería que, en vez de aceptar que los recursos son escasos, deberíamos concentrarnos en erradicar estos males públicos. Ahora bien, este planteo presupone que no podemos afirmar que los recursos son escasos porque en un escenario contrafáctico en el que los funcionarios fueran más honestos y diligentes, los recursos públicos alcanzarían tanto para proveer el medicamento a Beviacqua como para brindar cobertura médica básica a los carenciados. El problema es que especular acerca de lo que pasaría en un universo paralelo de poco nos sirve a la hora de decidir cómo asignar los recursos existentes en este. Es innegable que la corrupción y la ineficiencia son problemas mayúsculos que merecen ser enfrentados con tesón, pues ellos son las causas de muchas carencias sociales, pero quejarnos acerca de su incidencia no nos librara de las restricciones concretas que la escasez impone.
Lucas Grosman, Escasez e igualdad: Los derechos sociales en la Constitución, Buenos Aires, 2008, p. 62