Parecen ignorarse, uno al otro, pero sin furia ni irritación: más bien como si la larga convivencia los hubiera ido cerrando tanto a cada uno en sí mismo que ponen al otro en completo olvido y si casi siempre dicen los dos lo mismo no es porque se influyan mutuamente sino porque reflexionan los dos por separado a partir del mismo estímulo y llegan a la misma conclusión.
Juan José Saer, El limonero real, Buenos Aires, 1974, pp. 52-53