Los artistas llamados modernos descubrieron que en la fealdad sin normas estaban a cubierto de críticas. El propósito perseguido no era tan evidente como en quienes buscaban la belleza, y los censores no sabían señalar deficiencias (señalarlas parecía una ingenuidad).
Adolfo Bioy Casares, Descanso de caminantes: diarios íntimos, Buenos Aires, 2001, p. 241