Entre las cosas maravillosas que se manifiestan en la posesión algunas duran toda la vida, otras un instante. […] Fugaces: luego de una larga ausencia, en el primer despertar en el campo, la luz del día en las hendijas de la ventana; en medio de la noche, despertar cuando el tren para en una estación y oír desde la cama del compartimiento la voz de gente que habla en el andén; al cabo de días de navegación tormentosa, despertar una mañana en el barco inmóvil, acercarse al ojo de buey y ver el puerto de una ciudad desconocida[.]
Adolfo Bioy Casares, De las cosas maravillosas, Buenos Aires, 1999, pp. 17-18