Una vez, en un diálogo público que mantuvimos en una Feria del Libro, [Bioy Casares] nos explicó a mí y a la concurrencia que había tres clases de amores: “El fugaz, que dura el tiempo necesario para satisfacer el deseo y luego se olvida o se desecha sin pesar; el intermedio, que suele ser muy divertido pero al cual en un momento determinado lo alcanza el tedio y, entonces, se deja caer sin casi darse uno cuenta y, por último, los grandes amores que persisten en el recuerdo y a los cuales uno puede volver con renovado placer y esperanza. Éstos son los mejores.”
María Esther Vázquez, La memoria de los días: mis amigos, los escritores, Buenos Aires, 2004, pp. 142-143