Borges me llama desde su casa y me refiere: «Madre y yo nos volvimos en taxi. Apenas subimos al automóvil, fue como andar en una montaña rusa. El hombre estaba borracho. La última vez que estuvo a punto de chocar fue en la puerta de casa, donde felizmente quedó en llanta. Madre y yo estábamos jadeantes. Entonces el destino nos deparó uno de los momentos más felices de la Historia argentina. Protestando contra todos los que pudo atropellar, el chofer, con voz aguardentera, crapulosa, recitó: “Hijos de Espejo, de Astorgano, de Perón, de Eva Perón, de Alsogaray y de todos los ladrones hijos de una tal por cual”. ¿Te das cuenta? ¡Si un hombre así está con nosotros hay esperanzas para la Patria!»
Adolfo Bioy Casares, Borges, Barcelona, 2006, p. 868