En [1935] el mundo industrializado contaba más de treinta millones de desocupados. Al perder el trabajo habían quedado prácticamente fuera de la economía de mercado, y muchos había perdido la confianza en el capitalismo. La solución, para un número creciente, era el socialismo, fuese rosado o rojo. Hoy día hay casi el mismo número de desocupados en la misma área geográfica, pero la clase trabajadora no se radicaliza ni moviliza, y los partidos socialistas pierden terreno a menos que se tornen conservadores. […]
Hoy todos los países industrializados tienen dos instituciones que explican la diferencia. Una es el régimen de seguridad social, la otra es la televisión masiva. La primera le ha robado el viento a las velas de la nave socialista. La segunda hace más llevadera la pobreza e invita a la inacción. Entre las dos han causado una de las revoluciones sociales más profundas de la historia, y la única que no ha derramado ni una gota de sangre.
Mario Bunge, ‘Socialismo y televisión’, in Cápsulas, Barcelona, 2003, p. 206