Cuando se incorpora la idea de que las economías crecen, y que lo hacen a tasas que pueden llegar a ser tan altas como para hacer rico a un país no muy rico en el curso de una generación, muchos de los dilemas que se presentan en las discusiones públicas sobre temas económicos desaparecen o quedan en un segundo plano. En particular, se resiente la idea de que la economía es un juego de suma cero, es decir, una situación en la que la ganancia de unos implica necesariamente pérdidas para otros (como sí ocurre, por ejemplo, entre equipos que participan de un campeonato de fútbol o entre la banca y el jugador en un casino). Por tomar un caso típico: la idea de que necesariamente hay un conflicto de clase entre empresarios y trabajadores queda relativizada cuando se comprueba que, si existe crecimiento económico, unos y otros pueden mejorar sus ingresos (lo cual no quita sentido a la pregunta sobre cuánto recibirá cada una de las partes del aumento en el ingreso total). De la misma manera, el crecimiento permite al gobierno obtener una mayor recaudación de impuestos sin necesidad de incrementar las tasas impositivas que cobra el sector privado de la economía. El crecimiento económico puede, también, hacer lugar para las distintas actividades productivas sin que sea necesario que pierdan unas para que ganen otras: con crecimiento, las grandes empresas pueden aumentar su facturación sin que ello disminuya el de las medianas y pequeñas; los supermercados pueden crecer sin perjudicar a los almacenes; las industrias manufactureras pueden prosperar en armonía con las rurales o las de servicios.
Miguel Braun & Lucas Llach, Macroeconomía argentina: Manual para (tratar de) comprender el país, 3rd ed., Buenos Aires, 2018, sect. 2.4