No pocos economistas latinoamericanos se entusiasmaron en su momento con la idea del llamado trickle down effect. En inglés, el sustantivo trickle designa un chorrito de líquido; y el verbo to trickle, eso que denominamos gotear. La idea del trickle down effect seduce por su sencillez: postula que el crecimiento económico, más tarde o más temprano, acaba beneficiando también a los de abajo porque gotea a través de mayores empleos, ingresos y posibilidades de consumo.
No deseo discutir ahora la plausibilidad misma de esta proposición sino el modo en que ha sido utilizada entre nosotros. Es que, obviamente, cuando se respeta su traducción literal, el modesto enunciado del efecto no les podía parecer demasiado cautivante a políticos ansiosos por captar el apoyo de quienes menos tienen en un contexto tan castigado como el de América Latina. Intervinieron entonces propagandistas vernáculos del neoliberalismo que no dudaron en valerse de un truco y simplemente le modificaron el nombre al efecto para volverlo así más atractivo: en vez de goteo pasaron a hablar de derrame. Hay que achicar el Estado, abrir sin retaceos la economía, desregular los mercados y hacer desaparecer el déficit fiscal para que lo demás se solucione por añadidura, gracias a un aumento sostenido del producto bruto que derramará sus mieles sobre la sociedad en su conjunto y hará a todos felices. En el piano retórico, fue una maniobra eficaz; a nivel de los resultados concretos, ya vimos lo que sucedió.
José Nun, Democracia: Gobierno del pueblo o gobierno de los politicos, Buenos Aires, 2000, pp. 140-141