Una tarde oí pasos trabajosos y luego un golpe. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto y viejo, envuelto en una manta raída. Le cruzaba la cara una cicatriz. Los años parecían haberle dado más autoridad que flaqueza, pero noté que le costaba andar sin el apoyo del bastón. Cambiamos unas palabras que no recuerdo. Al fin dijo: […]
— Ando por los caminos del destierro pero aún soy el rey porque tengo el disco. ¿Quieres verlo? […] Es el disco de Odín. Tiene un solo lado. En la tierra no hay otra cosa que tenga un solo lado. Mientras esté en mi mano seré el rey.
— ¿Es de oro? — le dije.
— No sé. Es el disco de Odín y tiene un solo lado.
Jorge Luis Borges, ‘El disco’, in Obras completas, Buenos Aires, 1989, vol. 3, pp. 66-67