[H]asta ahora el asunto se ha debatido entre los elogios de los adictos y las diatribas de los adversos—unos y otras sin mesura—pues para esos y éstos la verdad era una consecuencia de sus entusiasmos, no el objetivo principal.
Tan escolásticos los clericales como los jacobinos, ambos adoptaron una posición absoluta y una inflexible lógica para resolver el problema, empequeñeciendo su propio criterio al encastillarse en tan rígidos principios; pero es justo convenir en que el jacobinismo sufrió la más cabal derrota, infligida por sus propias armas, vale decir el humanitarismo y la libertad.
Producto de la misma tendencia á la cual combatía por metafísica y fanática, el instrumento escolástico falló en su poder, tanto como triunfaba en el del adversario para quien era habitual, puesto que durante siglos había constituído su órgano de relación por excelencia, cuando no su más perfecta arma defensiva.
Uno y otro descuidaron, sin embargo, el antecedente principal—la filiación de la orden discutida y de la empresa que realizó. Dando por establecido que los jesuitas son absolutamente buenos ó absolutamente malos, el estudio de su obra no era ya una investigación, sino un alegato; resultando así que para unos, las Misiones representan un dechado de perfección social y de sabiduría política, mientras equivalen para los otros al más negro despotismo y á la más dura explotación del esfuerzo humano.
No pretendo colocarme en el alabado justo medio, que los metafísicos de la historia consideran garante de imparcialidad, suponiendo á las dos exageraciones igual dosis de certeza, pues esto constituiría una nueva forma de escolástica, siendo también posición absoluta; algo más de verdad ha de haber en una ú otra, sin que pertenezca totalmente á ninguna[.]
Leopoldo Lugones, El imperio jesuítico: ensayo histórico, Buenos Aires, 1904, pp. 9–11