Mi pensamiento es pesimista; mi sentido vital es optimista. A mí me encanta la vida, yo me divierto con vivir. Si oigo una frase que me hace gracia, estoy contentísimo; si he soñado un sueño que me parece divertido, de algún modo estoy encantado; si se me ocurre una idea, lo mismo… Me gusta leer, me gusta ir al cine… Yo tengo la impresión de que, cuando hago el balance de mis días, en general puedo decir que me he divertido y que, en los días estériles, tampoco lo pasé tan mal. En cambio, si yo reflexiono sobre la vida, pienso que nada tiene demasiada importancia porque seremos olvidados y desapareceremos definitivamente. Eso es lo que yo pienso. Yo creo que nuestra inmortalidad literaria es a corto plazo, porque un día habrá tanta gete, que no se podrán acordar de todos los escritores que hubo en un momento. O se acordarán muy imperfectamente. Ya no seremos materia de placer para nadie: seremos materia de estudio para ciertos especialistas, que quieran estudiar tal y tal tendencia de la literatura argentina de tal año. Y, después de todo eso, un día la Tierra chocará con algo, ya que la Tierra, como todas las cosas de este mundo, es finita. Un día desaparecerá la Tierra, y entonces no quedará el recuerdo de Shakespeare, y menos aún el de nosotros. Así que pienso que, teniendo en cuenta todas estas cosas, nada de la vida es muy importante. Entonces, yo casi podría reducir la importancia de la vida a una idea: la idea de que son importantes las cosas que, por lo menos, nos hacen estar complacidos. Vale decir: a mí, por ejemplo, me duele algo que es cruel o es deshonesto. O inclusive algo que sea desconsiderado con otra persona: eso me duele. Entonces, salvo hacer esas cosas y salvo hacer las que dan placer y dan alegría, nada tendría importancia.
Adolfo Bioy Casares, in Fernando Sorrentino, Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, 1992, pp. 240-241