Con [su] compañía y las conductas que de ella derivaban, el candidato peronista [adormeció] los reflejos antigolpistas de la población. El mayor de los cargos formulables hoy contra Menem es precisamente el de haber quebrado, por ambición de poder, aquella línea divisoria tan claramente trazada todavía en abril de 1987 entre una civilidad uniformemente democrática y el autoritarismo castrense.
Pablo Giussani, Menem, su lógica secreta, Buenos Aires, 1990, p. 85