La pasión por el juego, no menos que por el cine, la música o el coleccionismo de cualquier clase, libera al hombre de la angustia. Un personaje de Balzac, jugador empedernido, estaba deprimido y había decidido suicidarse cuando llegó un amigo y le propuso una partida. El suicida en ciernes abandonó de inmediato su proyecto y corrió entusiasmado a la mesa de juego. Hay pasiones que pierden al hombre, pero el que no tiene ninguna está irremisiblemente perdido.
Juan José Sebreli, Cuadernos, Buenos Aires, p. 61