Cuando era todavía profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, una mañana irrumpió un muchacho en su aula y lo interpeló:-Profesor, tiene que interrumpir la clase.
-¿Por qué? -interrumpió Borges.
-Porque una asamblea estudiantil ha decidido que no se dicten más clases hoy para rendir homenaje al Che Guevara.
-Ríndanle homenaje después de clase -agregó Borges.
-No. Tiene que ser ahora y usted se va.
-Yo no me voy, y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio.
-Vamos a cortar la luz -prosiguió el otro.
-Yo he tomado la precaución de ser ciego. Corte la luz, nomás.
Borges se quedó, habló a oscuras, fue el único profesor que dictó su clase hasta el final y sus alumnos, impresionados, no se movieron del aula.
María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, Buenos Aires, 1999, pp. 33-34