La vida de café ha decaído por el cambio de las costumbres. La igualación de los sexos y el abandono de la mujer del “gineceo” hogareño alentaron, por un lado, a los miembros de la pareja a salir juntos y, por otro, debilitó la amistad entre varones, típica del café de ayer. Lo habitual hoy es ir al restaurante en pareja, y frecuentemente se reúnen dos parejas. Esas salidas se alternan con las comidas en casa, donde aumenta el número de las parejas, y cuando se invita a una persona sola se la suele compensar con otra en la misma situación. El número de invitados –señala Georg Simmel— es decisivo en las reuniones sociales.
Carece el restaurante—o la comida privada—del rasgo esencial de la sociabilidad urbana, tal como se daba en el café: la posibilidad del encuentro imprevisto, del conocimiento de extraños o del fluir incesante de los que se agregan a la mesa. Esta interrelación múltiple con lo desconocido y lo diferente es reemplazada, en el restaurante, por la interrelación limitada y monótona cono lo conocido y lo igual., donde no se permite la novedad ni la sorpresa, una repetición más del living y del comedor doméstico. Con el matrimonio a solas o con visitas, se prolonga la intimidad matrimonial simbiótica que impide la individualidad autónoma.
Juan José Sebreli, Buenos Aires, ciudad en crisis, Buenos Aires, 2003, p. 279